En el primer día de clases de psicología en la
facultad de medicina, nuestra primera actividad fue que un ente simbólico nos
presentara y contestáramos una pregunta que seguro se repite en la mayoría de
las carreras: "¿Por qué?", refiriéndose al motivo de ingresar, en este caso, a la
carrera de psicología. La respuesta, en la mayoría de los casos es una
variación de: “porqué quiero ayudar a la gente”, y al final de la clase, la
respuesta del maestro o maestra, como me sucedió a mí, es una variación de: “no,
estudias psicología porque quieres ayudarte a ti mismo”. Nosotros,
sorprendidos, lo creemos, y esta anécdota se convierte una especie de chiste a
lo largo de la carrera y en la vida profesional.
Ahora, diez años después, una nueva experiencia
académica comenzó para explorar a la pareja y la familia, y me pregunto, ¿Qué tanto elegí esta maestría porqué quiero mejorar mi sistema familiar y mis relaciones de pareja?
Al comenzar la maestría no reparé en los
objetivos personales de estudiarla, sin embargo, cada clase que pasaba la fui
relacionando, invariablemente, con algo que tenía que ver con mis parejas y
sobre todo con mi familia nuclear. Inclusive, hubo sesiones incomodas, una de
ellas, recuerdo, la del psicoanálisis familiar.
Todo esto sucedió a la par de uno de los peores
momentos familiares: enfermedad, conflictos, lucha de roles, y, sobre todo, en
palabras de Ivan Boszormenyi, lealtades familiares inconscientes. La obra ya escrita se manifestaba ante mis ojos y yo era participe de ello,
comprendí a Salvador Munichin quien escribió acerca del script familiar, un
guion que regula la vida familiar, las expectativas que ya están establecidas en el
árbol genealógico por generaciones pasadas se ponían de manifiesto y yo lo podía
ver sin velos, casi podía observar las páginas del guion escritas y montándose en una
gran obra de teatro.
Anne Ancelin Schützenberger dice que “los
duelos no hechos, las lágrimas no derramadas, los secretos de familia, las identificaciones
inconscientes y lealtades familiares invisibles pasean sobre los hijos y los
descendientes. Lo que no se expresa por palabras se expresa por dolores”. En
determinados momentos quise detener la obra, escribir otro guion, darle un giro
a la historia, hacer algo diferente, sugerir líneas diferentes para los
distintos actores, fue inútil, la situación era demasiado compleja y yo mismo
caía en mí mismo rol. Me di cuenta de que la lealtad era muy fuerte, como dijo John
Byng Hall: las expectativas familiares deben ser respetadas.
“Vale más saber una verdad, aun cuando sea
difícil, vergonzosa o trágica, que ocultarla, porque aquello que se calla, es
subordinado o adivinado por los otros y ese secreto, se convierte en un traumatismo
más grave a largo plazo”, escribió Claudine Vegh. Entendí que el conocimiento
que estaba develando era muy valioso, necesitaba ser muy cuidadoso con él, ser
precavido quizá, y, por su puesto, procesarlo en mí, buscar y acudir a terapia
sería fundamental para abordar la maestría con eficacia, desarrollarme
profesional y personalmente.
Despertó el interés de buscar y comenzar un
nuevo proceso, ávido de conocimiento comencé a buscar literatura: Lealtades
invisibles de Iván Boszormenyi-Nagy y Geraldine M. Spark, Dinámica de la
familia de Luz de Lourdes Eguiluz, Terapia familiar paso a paso de Virginia
Sátir, Enfoque sistémico de Salvador Garibay, Narcisismo y socialización y La separación
de los amantes de Igor A. Carruso, así como Dejarás a tu madre y tu padre, de
Philippe Julien. Me sentí muy pobre, necesitaba más.
Y volvemos a la primer pregunta, ¿Qué tanto
elegí esta maestría porqué quiero mejorar mi sistema familiar? Puede hacerse
una interpretación de ello, pero quizá sea una paradoja del tipo el huevo y la
gallina, quizá hasta estar dentro me di cuenta de que quería cambiar algo, pero
para la psicología no existen las casualidades, sino las causalidades.
¿Inconscientemente elegí esta maestría? No podría confirmarlo en su totalidad y
no habrá forma de comprobarlo al cien por ciento, y aun así siento que este
merodeo es una confirmación de ello.
De cualquier forma, indudablemente, el
conocimiento implica una gran responsabilidad, y el acompañamiento terapéutico
en estos casos se vuelve una necesidad indispensable. Conocer a la propia
familia, entenderla, procesarla, aceptarla, comprenderla, integrarla y superarla,
en mí. Entonces, si quiero seguir aprendiendo, si mi deseo es hacer terapia
familiar y de pareja, si quiero hacerlo eficazmente, para mí y los demás, es
necesario ver por mi propio proceso terapéutico.
Una vez leí un cuento acerca de un padre niño
que quería jugar ajedrez con su padre, para estrenar su nuevo tablero, sin
embargo, el padre le daba vueltas una y otra vez, diciéndole que hasta el fin
de semana podrían jugar. El fin de semana, el padre siguió dándole vueltas,
pero al padre se le ocurrió, para ganar tiempo, tomar de una revista un mapa
del mundo, lo recortó con unas tijeras y le dijo al hijo que era un
rompecabezas, que cuando lo terminara de armar, podrían jugar. El padre sabía
que se tardaría mucho tiempo y tendría tiempo para hacer otras actividades. Sin
embargo, a los 5 minutos, el niño terminó el mapa, cada país en su sitio. El
padre estaba confundido, “¿Cómo lo has hecho? Si tú nunca habías visto un mapa
del mundo”, el niño de 6 años respondió algo como: “no, pero cuando sacaste la
revista vi que detrás del mapa había la fotografía de una persona, le di vuelta
a los papelitos, armé a la persona, y así pude formar el mundo”.
Cuando leí este cuento me di cuenta de que es
verdad, estudiamos psicología porque
queremos ayudarnos a nosotros mismos, pero quiero convencerme de que es para ayudar a los demás.
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